El
paseo por Atenas fue en cuotas. Primer día, recién bajados del avión que nos
traía de París, y con apenas unas horitas de sueño en un asiento del aerodromio
(aeropuerto), nos tomamos un tren, que después se hace subte, hacia la
mismísima Acrópolis. El subte es nuevito, y la voz que anuncia las estaciones,
tiene la amabilidad de hacerlo en griego y en inglés. Al salir del transporte subterráneo, todavía
con la ropa que nos cubría del frío parisino, nos dimos cuenta que estábamos
con la vestimenta equivocada. Esa remera negra de manga larga que yo tenía
puesta, sin dudas no tenía nada que hacer en ese clima. El polar y la campera
fueron a parar a la mochila, y me resistí a desmontar los pantalones diseñados
para tal fin. Dimos un par de vueltas buscando la entrada, pero la solución era
muy fácil, seguir a la manada de turistas. La Acrópolis, lugar dónde se
encuentra el Partenón, está allí arriba. Por supuesto que hay que subir, y
entre las piedras , el sol de la mañana, y el amontonamiento de turistas, cómo
maldije mi remera negra y mi vestimenta inadecuada. El Partenón está buenísimo.
Me molestan un poco esas grúas que le pusieron para restaurarlo, pero bueno.
También visitamos el Ágora, y un par de templos que tienen miles y miles de
años. Qué increíbles estos tipos, cómo hacían para montar esas columnas, tallar
esos dioses en mármol, esas vasijas del 700 antes de Cristo, cómo hacían para
soportar este calor. Claro, con razón usaban esas sandalias, y esas túnicas
blancas cruzaditas, ahora entiendo todo.
De
lejos se ve el teatro de Dionisio, y el Templo de Zeus. Y caminamos unas
cuadritas por Plaka, que es muy pintoresco, y es donde nos hospedaremos cuando
volvamos. Se hace casi el mediodía y hay que volver al aeropuerto para tomar el
otro avión (que será una avioneta) que nos deja en Mikonos. (esta es la parte
donde hay que leer el post de Mykonos).
De
Mykonos a Atenas volvimos en ferry, un barco enorme, que carga cientos de
personas, colectivos, autos, camiones con acoplado, y un grupo de adolescentes
que se merecían ser arrojados por la borda. Mientras el ferry se mece,
cabeceamos sin poder dormirnos, ya que la clase económica va sentada en
sillitas alrededor de mesitas. No nos queda otra que comer hamburguesas. A
Damián los viajes le dan ansiedad, así que, todo lo que no come el resto de los
días, se lo va comiendo mientras espera en el aeropuerto, o viaja en ferry,
como hoy que se morfó dos hamburguesas con panceta y queso. Y unas galletitas.
Y un café. Yo he sido beneficiada con ponerme al día con todo lo atrasado en el
blog, mientras veo a Dami cabecear y dormirse un ratito, al compás de la
digestión de semejante ingesta grasa.
Hablan
por parlante y la gente se inquieta. Como todavía no hablo griego, tenemos que
esperar la versión en inglés para inquietarnos nosotros también. Necesitan un
médico, y en la mismísima tierra de Hipócrates, hacedor de mi juramento, no me
puedo hacer la distraída, entonces allí voy. Me presento y ofrezco mi ayuda. “I´m a doctor, is there anything you need?”. Por suerte parce que había un médico
que hablaba griego y entendió antes que yo, así que agradecieron mi ayuda, pero no. Qué tranquilidad, me voy a
terminar el blog. Más tranquilidad cuando, una hora más tarde, anuncian por
parlante solamente en griego, que el ferry desviaría su trayectoria debido a
que un paciente tendría que ser hospitalizado en el puerto más cercano. Qué
felicidad no hacerme cargo de ese caño! Qué felicidad no tener que tomar la
decisión de desviar el trayecto de semejante cosa con esa cantidad de pasajeros
a bordo. Qué felicidad no ser médico por un rato.
Llegamos
al puerto de Piraeus, y compartimos el viaje en subte hacia Plaka con una
neozelandesa que no quería perderse. Ahí me entero que Nueva Zelandia no es
Australia. Cuántas cosas aprendí en este viaje. También aprendí que su acento
es una mierda porque le entendí la mitad de las cosas.
El
hostel es hermoso, y está ubicado en el mejor barrio de Atenas. Rodeado de
tabernas, y negocios que venden souvenirs hasta las 11 de la noche. El clima es
ideal para caminar y disfrutar la vista, y para comer una mousaka típica porque
estamos muertos de hambre. Al día siguiente es domingo, y aprovechamos para
conocer el mercadito. Está poblado de gente que vende antigüedades, hay de
todo!! Casi nada de nuestro gusto porque más que antigüedades hay cosas viejas.
Nos llama la atención la cantidad de puestos y negocios que venden ropa y
artículos militares. También pasamos por el Parlamento, y conocimos a sus
guardias de honor, que no sabría cómo se llaman, pero tienen unos uniformes muy
curiosos, y una marcha que se asemeja a la de un pelícano. Pasen y vean: http://www.youtube.com/watch?v=eE9xRP4IyHk (video
choreado de youtube porque a mí no me gusta filmar con la cámara de fotos).
Además visitamos el primer estadio donde se jugaron los juegos olímpicos,
obviamente restaurado. En ese mismo momento desembarcó de su micro una manada
de japoneses con sus super cámaras fotográficas y huímos.
Al
día siguiente, previo desayuno hipercalórico en Starbucks coffee (que abunda en
el país que se te ocurra), emprendimos el
largo retorno a casa. La hora de la verdad, el pesaje final del
equipaje, mientras el vuelo se demora una hora. 300 gramos nos separan de tener
que despachar la valija de mano también: 9.700 kg de compras en el extranjero,
(y un poquito más distribuidos en las mochilas). Con razón odio esa valijita
con ruedas. Alguien dice que por suerte volvemos, que no tendremos que
arrastrar más el equipaje. Le contesto que arrastrar el mismo peso en bolsas de
hacer las compras no me satisface ni un poco. Pobre, quería consolarse pero no
la ayudé. La pasada por la oficina de aduana para recuperar el dinero de los
impuestos (tax free, que le llaman) no fue ni un poco placentera. Si laburás en
el aeropuerto de Grecia, ponete media pila y aprendete tres o cuatro palabras
en inglés, pensaba cuando trataba de explicarle nuestras intenciones de hacer
el trámite a la empleada de aduana. Nos sella los tickets y nos manda a la ….
“yellow box”. Que era prácticamente como mandarnos a la mierda, porque no había
ninguna caja amarilla en ese lugar. Amarillo era el stand de informaciones, y
ahí no era. Amarillo era el correo, donde me putearon en griego porque no supe
cómo pegar las estampillas. Claramente me putearon eh, no lo inventé yo.
Un
tren, dos aviones y casi 20 hs de agonía nos separaban de Buenos Aires, quien
un primero de mayo, nos recibe con una cola en migraciones, desordenada,
desbandada, demorada, bien argentina. En un plasma, mientras tanto, y a modo de
tortura, se proyectan propagandas oficialistas sobre la ley de inmigración.
Minutos más tarde, pasábamos por la aduana con cara de póker, y una cámara de
fotos que a la ida no existía. Y de repente, el regreso vale la pena cuando, al
abrir la puerta de la camioneta, se asoma Olivia con su cabellera de rulos descontrolados y una
sonrisa que le desborda los cachetes. Volvimos, estoy feliz.